Dr. Rafael Matesanz
Nefrólogo, Creador, fundador y anterior Director de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT).
Redactor principal de Directiva Europea de Trasplantes
Premio Rey Jaime I y Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional
Los trasplantes de órganos son un conjunto de terapéuticas ya perfectamente consolidadas, capaces de salvar muchos miles de vidas y proporcionar supervivencias muy prolongadas en enfermedades de otra forma intratables. El principal obstáculo para su pleno desarrollo es la gran desproporción oferta – demanda de órganos disponibles. Según los últimos datos publicados por el Observatorio Global de Donación y Trasplante elaborado por la ORGANIZACIÓN NACIONAL DE TRASPLANTES española en nombre de la OMS ( http://www.transplant-observatory.org/ ), la actividad mundial de trasplantes de riñón, hígado, corazón, pulmón, páncreas e intestino alcanzó un total de 129.681 en 2020. Se calcula que no menos de 2 millones de personas podrían beneficiarse anualmente de un trasplante en el mundo si se dispusiera de recursos y órganos suficientes, algo que estamos muy lejos de alcanzar en el plano internacional ya que, según estas cifras, solo un 6,5% de estos enfermos llega a ser trasplantado (en España, gracias a nuestro sistema, se trasplantan anualmente entre el 90 y el 95% de los enfermos en lista de espera).
De ahí que se busquen continuamente alternativas a esta situación de escasez. La más obvia desde hace muchos años fue la utilización de órganos de animales. Por su semejanza a la especie humana, los monos fueron los que primero se utilizaron, pero pronto quedó claro que no eran la solución. Aparte los pobres resultados conseguidos, estos animales son muy escasos, de un ciclo vital largo, difíciles de criar y por si fuera poco precisamente por su similitud genética con el hombre, su uso como fuente de órganos sería hoy éticamente inaceptable. Por no hablar de la existencia de virus como el del SIDA o el Ébola que todo parece indicar han mutado en grandes simios antes de pasar al hombre, lo que plantearía unos riesgos de salud pública inasumibles
En cambio, ya desde los noventa el cerdo se convirtió en la mejor opción como fuente de órganos: se reproducen con facilidad en granjas, crecen rápidamente hasta adaptarse al tamaño deseado de los órganos que además son similares a los humanos incluso desde el punto de vista funcional (el riñón del cerdo es el más parecido al del hombre). Al principio la estrategia se centró en modificar genéticamente al animal de manera que indujera menos rechazo al trasplantar sus riñones…a monos porque nunca se llegó a la fase clínica y en este caso los pobres simios tuvieron que hacer de receptores.
No funcionó. Los cerdos “humanizados” en los que se invirtieron importantes recursos no lo fueron tanto y generaron un rechazo incompatible con su uso en humanos. Por si ello fuera poco, el temor a que un tipo de virus propios de estos animales (los “retrovirus endógenos porcinos”: PERV) pudieran mutar y hacerse peligrosos para la especie humana detuvo definitivamente estas investigaciones.
Y así quedó el tema hasta que en los últimos años, la introducción de la tecnología CRISPR de edición genética ha permitido modificar de manera selectiva toda una serie de genes porcinos con el fin de “humanizar” sus órganos y hacerlos válidos para trasplante. Aunque son varios los laboratorios en el mundo que trabajan en esta vía en USA, Alemania y China, la delantera la han tomado una serie de grupos norteamericanos que, entre finales del pasado año y principios de éste, han llevado a cabo una serie de experiencias que han vuelto a poner el tema del xenotrasplante de rigurosa actualidad.
Los riñones trasplantados a dos personas en muerte cerebral en septiembre del pasado año y sobre todo el trasplante de un corazón de cerdo realizado el pasado 7 de enero en la Universidad de Maryland a David Bennett, un enfermo de 57 años aparentemente descartado para un trasplante estándar, han avivado el sueño de poder disponer de una futura fábrica ilimitada de todo tipo de órganos.
La lógica euforia transmitida por el paciente, sus familiares y el equipo médico ante la buena evolución de los primeros días, se vio truncada 40 días después de la intervención cuando su estado clínico comenzó a deteriorarse hasta que finalmente murió tras dos meses de haber vivido con un corazón de un animal, algo por otra parte inédito en la historia de la medicina.
El fallecimiento a corto o medio plazo del paciente era siempre una posibilidad bastante previsible en un procedimiento a vida o muerte, nunca realizado hasta ahora, como de hecho ocurrió en los inicios de todos los trasplantes. Lo que ya no era tan previsible fue la causa de este fallecimiento o al menos su probable mecanismo desencadenante: una infección por un virus presente en el corazón porcino trasplantado y que según opinan los expertos podría haberse prevenido. El citomegalovirus (CMV) porcino pudo haber sido la causa de esta experiencia fallida y de paso puede condicionar un retraso muy considerable en el proyecto de poder disponer de órganos de animales para trasplante. De hecho, tras este trasplante cardiaco se han realizado otros dos más, pero en pacientes en muerte cerebral, como en el caso de los riñones.
Lo ocurrido es sorprendente porque unos animales diseñados en unas condiciones muy estrictas en las granjas de la empresa Revivicor, encargada de su producción (y que por cierto cotiza en bolsa) y aprobados para su uso en humanos por la FDA norteamericana como cualquier otro dispositivo médico, tienen que cumplir las máximas condiciones de seguridad y quizás la más importante es la ausencia de virus que puedan transmitirse al receptor como sucedió en este caso. Expertos en virología han recalcado que la detección de estos virus porcinos no ya en la sangre sino también en los órganos del animal es compleja pero posible con la tecnología actual y que por tanto, su eliminación en la camada de cerdos “donantes de órganos” debería haberse llevado a cabo. Además, algo parecido a lo ocurrido en este enfermo, había sido ya observado en Alemania en corazones de cerdo infectados con CMV y trasplantados a babuinos, lo que conllevaba la muerte precoz del animal con un cuadro clínico similar al del caso que nos ocupa.
La historia se repite. Como decíamos antes, en los años noventa se frenó la investigación sobre el trasplante de órganos de animales, aparte por los malos resultados, por el temor a los PERV. Hasta donde se sabe, estos virus no generan enfermedades en el hombre, pero el temor a que pudieran mutar, transmitirse al receptor y de ahí saltar a otros humanos con consecuencias imprevisibles provocó una especie de moratoria universal que mantuvo estas investigaciones al ralentí durante bastantes años. La tecnología CRISPR de edición genética permite hoy día eliminarlos de los animales, además de introducirles las modificaciones que hacen sus órganos más “humanos” y susceptibles de ser trasplantados.
Sin embargo, la historia del CMV, que alerta además sobre otros virus que pudiéramos no estar detectando, podría representar un nuevo e importante traspiés en esta vieja historia de los trasplantes de cerdo en la que ya se están alzando voces críticas tanto desde el punto de vista médico como del de la bioética. Está claro que serán necesarias muchas más precauciones antes de autorizar otros experimentos como éste. Esperemos que las buenas dosis de imprevisión que han rodeado a este caso no hayan terminado por provocar un daño irreparable a una línea de investigación que, sin duda, es absolutamente necesaria.