Autor: Dr. Víctor Marcos Garcés, MD PhD. Unidad de Rehabilitación Cardíaca, Servicio de Cardiología, Hospital Clínico Universitario de Valencia. Grupo de Investigación Traslacional en Cardiopatía Isquémica, Instituto de Investigación Sanitaria INCLIVA. Centro de Investigación Biomédica en Red Enfermedades Cardiovasculares (CIBER-CV).
El pasado 29 de octubre de 2024, una fuerte tormenta de gota fría o depresión aislada en niveles altos (DANA) causó lluvias torrenciales y graves inundaciones relámpago que afectaron especialmente a varios municipios de la Provincia de Valencia. En la que se considera ya una de las peores catástrofes naturales de la historia reciente de España, hay que lamentar en este momento más de 200 fallecidos durante los primeros días de la tragedia. Aunque actualmente el foco se sitúa en la ayuda a los damnificados, la reconstrucción de las zonas afectadas y la prevención de nuevos episodios, también es necesario prestar atención al riesgo de empeoramiento o aparición de nuevas enfermedades tras el desastre, entre las cuales tendrían un papel destacado las enfermedades respiratorias, las patologías infecciosas y las enfermedades cardiovasculares.
A pesar de las importantes mejoras en la prevención y en los tratamientos a lo largo de las últimas décadas, la enfermedad cardiovascular supone la principal causa de mortalidad a nivel global. Entre las enfermedades cardiovasculares destaca la tríada compuesta por: enfermedad cardíaca, incluyendo la enfermedad de las arterias del corazón (coronarias) y el infarto de miocardio; enfermedad cerebrovascular, habitualmente en forma de ictus o infarto cerebral; y enfermedad arterial periférica, especialmente afectando a las arterias de los miembros inferiores.
Se ha demostrado que las catástrofes naturales, cuya frecuencia e intensidad están en aumento debido a factores como el cambio climático, producen en las poblaciones afectadas un incremento tanto a corto como a medio y largo plazo en el riesgo de padecer eventos cardiovasculares. Por ejemplo, tras un desastre natural se observa un aumento en la incidencia de infarto agudo de miocardio, ictus, tromboembolismo pulmonar, hipertensión arterial, síndrome de Tako-tsubo, muerte súbita e insuficiencia cardíaca aguda, incrementándose el riesgo a los pocos días tras el evento y persistiendo varias semanas, meses e incluso años tras el mismo.
Terremotos, huracanes, tormentas, inundaciones, tornados, tsunamis e incendios comparten por tanto no sólo una gran capacidad destructora de edificios e infraestructuras, sino también para amenazar la vida humana. A los fallecimientos inmediatos por ahogamiento, asfixia, aplastamiento, quemaduras o traumatismos hay que sumar las consecuencias derivadas del estrés, el empeoramiento del perfil de riesgo cardiovascular y la falta de infraestructuras sanitarias y acceso a tratamientos farmacológicos crónicos.
Las personas que sufren una catástrofe natural experimentan un estrés agudo que produce una serie de reacciones fisiológicas, como una activación del sistema neuroendocrino, una respuesta inflamatoria y protrombótica, una disfunción autonómica y una respuesta hemodinámica. Todo esto conlleva, a su vez, un aumento en la tensión arterial, mayor probabilidad de arritmias cardíacas, disrupción de placas ateroscleróticas y, en algunos casos, isquemia miocárdica e infarto agudo de miocardio, descompensación de insuficiencia cardíaca, ictus isquémico o síndrome de Tako-tsubo por el efecto tóxico de las catecolaminas (como la adrenalina) sobre el músculo cardíaco.
De manera relacionada, tras un desastre natural se ha evidenciado un empeoramiento del perfil de riesgo cardiovascular en las poblaciones afectadas. Influyen de forma importante en este sentido el insomnio, la dieta hipercalórica y rica en sal y grasas que muchos individuos se ven obligados a hacer, las restricciones en la actividad física por la destrucción de estructuras, y la falta de acceso a tratamientos crónicos que, en muchas ocasiones, se indican precisamente para controlar de forma óptima los factores de riesgo cardiovascular (colesterol, tensión arterial, diabetes mellitus, etc). Además, la situación estresante puede hacer que los sujetos fumadores aumenten su consumo de tabaco o que algunos exfumadores vuelvan a fumar, lo que aumenta de forma muy importante el riesgo cardiovascular.
Por otra parte, la falta de acceso a infraestructuras sanitarias dificulta que los pacientes crónicos puedan conseguir su tratamiento farmacológico habitual en farmacias comunitarias, retrasa el seguimiento médico de patologías preexistentes y puede también impedir que los individuos consulten en centros sanitarios en caso de presentar síntomas de nueva aparición, lo que puede tener consecuencias graves en caso de tratarse de determinadas enfermedades cardiovasculares como el infarto de miocardio o el ictus.
Con todos estos datos, es fundamental que los servicios públicos posibiliten la difusión y la aplicación de medidas para la prevención de enfermedades, entre ellas las cardiovasculares, en la población que ha padecido las consecuencias de una catástrofe natural. Es necesario garantizar el acceso de la población a las medicaciones crónicas y a los servicios sanitarios en casos de urgencia, así como proporcionar asistencia psicológica para el tratamiento y prevención de trastornos de salud mental, que pueden implicar, como se ha comentado, consecuencias a nivel cardiovascular.
Por otra parte, a nivel individual se pueden emitir una serie de recomendaciones que tienen un impacto importante para prevenir la patología cardiovascular:
- Abstenerse del consumo de tabaco, que no tiene efecto ansiolítico directo y aumenta gravemente el riesgo de infarto e ictus.
- Mantener en la medida de lo posible una dieta cardiosaludable, evitando alimentos ricos en sal, grasas y azúcar y priorizando frutas, verduras, cereales integrales, legumbres, frutos secos y grasas saludables (aceite de oliva).
- Realizar actividad física regular, pudiéndose realizar diferentes ejercicios en domicilio en caso de confinamiento.
- Continuar tomando el tratamiento farmacológico y mantener las medidas de autocontrol en caso de enfermedades crónicas. Por ejemplo, continuar controlando en domicilio la tensión arterial en casos de hipertensión, revisar la glucemia en diabéticos insulino-dependientes o vigilar los signos y síntomas de descompensación de insuficiencia cardíaca en pacientes crónicos (aumento de sensación de falta de aire, hinchazón de tobillos y piernas por retención de líquidos, ahogo por la noche o al recostarse, etc).
- Consultar en los servicios sanitarios disponibles en caso de presentar síntomas alarmantes, como dolor de pecho intenso y acompañado de otros síntomas (sudoración, sensación de gravedad, irradiación a brazo izquierdo…), intensa sensación de falta de aire, o síntomas neurológicos (dificultad para hablar, dificultad para mover brazos o piernas o desviación de comisura bucal).
En definitiva, se ha destacado el efecto perjudicial de las catástrofes naturales, como las recientes inundaciones por la DANA, sobre la salud de las poblaciones afectadas y concretamente en relación con las enfermedades cardiovasculares, tanto a corto como a medio y largo plazo. Es importante que los servicios públicos, con la colaboración de los individuos que han sufrido las consecuencias del desastre, pongan en marcha y apliquen medidas para la prevención de enfermedades cardiovasculares, asegurando el acceso a tratamientos crónicos y a la asistencia sanitaria en caso de requerirse, fomentando y manteniendo unos buenos hábitos de estilo de vida cardiosaludable y cuidando la salud mental de la población.
Figura. Enfermedades cardiovasculares tras una catástrofe natural. Adaptada del NASA Earth Observatory Image of the Day, 1 de noviembre de 2024, disponible en https://earthobservatory.nasa.gov/images/153533/valencia-floods.
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