Trinidad Bernal Samper
Dra. en Psicología, Directora de la Fundación ATYME, Madrid
Catástrofe, desastre, crisis son términos que, aunque presentan ciertas distinciones, todas comparten una serie de características, como pérdida o amenaza de la vida, de propiedades y desestructuración de la vida cotidiana de una comunidad. Son acontecimientos que perturban a todo un grupo social con grandes consecuencias para las personas y que necesita una intervención rápida. Todos los desastres naturales dejan a su paso un reguero de destrucción y ocasionan caos en la convivencia pacífica de una comunidad.
Al ser un acontecimiento inesperado, lo primero que se siente es desconcierto, la mente está aturdida, no sabe dónde y cómo situarse, no sabe cómo responder a lo que está pasando. A este estado mental le sigue una llamada de alerta sobre un peligro inminente que, o bien moviliza al organismo para huir y alejarse del peligro como forma de defenderse, o bien la respuesta al peligro es la paralización.
Una catástrofe también conlleva destrucción, tanta del entorno físico de las personas como de su parte interior. La destrucción exterior se mide por los daños materiales pero la destrucción interior es difícil de evaluar porque conlleva desajuste del equilibrio emocional, produciendo desorientación, embotamiento, reducción del campo perceptivo y de la conciencia y, en algunos casos crisis de pánico…
Conforme se suceden los días, los sentimientos iniciales de desconcierto, temor angustia se van cambiando por respuestas emocionales intensas, tales como rabia por lo ocurrido, hostilidad, sentimientos de injusticia y, en ocasiones, deseos de venganza, de buscar responsabilidades y, en medio de esta situación caótica que sigue a la catástrofe, los sentimientos negativos compartidos encienden el ánimo de los ciudadanos y las tensiones sociales van aumentando, pudiendo terminar en graves conflictos.
En esos momentos, la mente pensante y emocional se desajusta, la razón se desconecta de la parte emocional y ésta va por su lado sin la ayuda de su compañera. El resultado es un desborde emocional que dificulta escuchar con claridad y tomar decisiones eficaces.
La recuperación es lenta, tal y como está ocurriendo con el paso de la DANA, las consecuencias de la catástrofe continúan y el desánimo y la desconfianza de las personas también y las tensiones sociales crecen, dando lugar a diferentes tipos de conflictos que enfrentan a las personas de una misma comunidad afectada, como el hecho de contar con recursos limitados, o por la lentitud en recibir las ayudas ante los daños ocasionados por la catástrofe, o con la forma en la que éstas se distribuyen, o sobre quién es el responsable de lo que les ha ocurrido.
La intensidad emocional y la falta de información sobre cómo salir de la situación, coloca a las personas en una situación de indefensión y ven a la justicia como solucionadora de sus conflictos, teniendo expectativas elevadas acerca del reconocimiento legal de sus emociones, el apoyo a sus requerimientos y la confirmación de la injusticia que se está cometiendo con ellos. En esta situación, las personas cuentan con menos recursos para ejercer su racionalidad y gestionar eficazmente el conflicto y ven en las normas jurídicas la representación de lo que es justo y correcto.
Sin embargo, judicializar el conflicto tampoco resulta útil, ya que las normas jurídicas no son la mejor opción, ni la opción correcta, simplemente son un criterio externo para aplicar, cuando las personas no alcanzan acuerdos y se ven obligados a recurrir a la ley, dejando que un tercero decida. En realidad, el litigio es un conflicto judicializado, un conflicto visto y analizado a través de un único enfoque, el marco legal y judicial, un enfoque basado en ganar-perder, que favorece la confrontación, impide la comunicación y promueve la intransigencia. Sin embargo, el conflicto es algo más, es un proceso donde intervienen las emociones, las percepciones diferentes de una misma realidad, la interpretación de la conducta del otro, influencias culturales, sociales y otras.
Entendiendo la complejidad del conflicto y la no utilidad de la vía judicial para resolver ciertos tipos de conflictos, necesitamos fórmulas distintas de abordarlos que cambian el foco de atención y se centren en preparar a las personas en lugar de tomar decisiones por ellas, que las ayuden a gestionar los conflictos sobre la base de la cooperación, eliminando o disminuyendo la desconfianza y la animosidad. Fórmulas que tengan en cuenta la dignidad de las personas, que sean efectivas y den satisfacción a lo que ellas necesitan, fomentando la pacificación de las relaciones sociales.
La mediación es “la intervención, en una disputa o negociación, de un tercero competente e imparcial, aceptado por las partes, que carece de poder de decisión y que les ayuda a alcanzar voluntariamente su propio arreglo extrajudicial, garantizando la confidencialidad” (Bernal, 2008). Es una fórmula pacífica que se aleja del método ganador-perdedor e introduce una lógica positiva para afrontar los problemas donde las personas asumen el compromiso y la voluntad de la autodeterminación. La mediación no trata de conseguir acuerdos justos, de concluir quién tiene razón y quien está equivocado, se ocupa de proporcionar un espacio acogedor en donde la forma de comunicarse no ponga en peligro el respeto de los intervinientes.
La mediación es una medida idónea para gestionar los conflictos surgidos ante una catástrofe, ya que reduce la intensidad emocional de la población afectada y la coloca en una mejor situación para poder comunicar sus intereses y necesidades, dando voz a los auténticos protagonistas sobre los que ha recaído las consecuencias de la catástrofe y proporcionando una salida más rápida de la situación conflictiva.
La mediación, si se compara con el procedimiento legal, se caracteriza por tres elementos favorecedores de la cooperación: en primer lugar, ofrece una concepción positiva del conflicto, aceptando la diversidad para favorecer soluciones creativas y una interpretación comprensiva de la situación, dejando que las partes no vean mermada su autoestima; En segundo lugar, favorece la comunicación, proporcionando herramientas y un lugar neutral donde sea más fácil realizarla y finalmente, la mediación potencia la participación de las personas implicadas, fortaleciendo su responsabilidad (Bernal,1998; 2017).
Ante los conflictos ocasionados por una catástrofe, la mediación supone una fórmula esperanzadora que posibilita alcanzar acuerdos que difícilmente podrían alcanzarse de otra forma, facilitando la comunicación, reduciendo el nivel emocional, sembrando la comprensión de los planteamientos diferentes y actuando de modo preventivo al impedir que el conflicto siga creciendo. En mediación, las personas ven reconocidas sus necesidades, aunque éstas se presenten con posiciones enfrentadas, mira más allá de lo que las personas dicen y del cómo lo dicen, haciendo que sus necesidades sean compatibles y viables.
Conforme pasan los días después de la catástrofe, la desesperanza, la irritación y las tensiones crecen y se producen reclamaciones y protestas porque la ayuda esperada se retrasa, también enfrentamientos entre los afectados por la gestión y distribución de los recursos al percibir que unos vecinos reciben más que otros, que no se hace un reparto equitativo. Aquí la mediación resulta de utilidad al atender personalmente las quejas, escuchar las peticiones y ofrecer información relacionada con la ayuda solicitada. La mediación también puede ayudar a facilitar claridad en el proceso y propiciar la expresión de las necesidades necesaria para alcanzar una distribución consensuada de los recursos al tener en cuenta los intereses de todos los participantes
Además de facilitar la transparencia en la distribución de la ayuda, la mediación en catástrofes también es útil cuando los vecinos piensan que las indemnizaciones no responden a la valoración que ellos creen, ofreciendo un espacio idóneo para que puedan expresar sus necesidades, sentirse escuchados y sean ellos mismos los que aporten posibles salidas a la situación que la catástrofe les ha generado, ya que su voz es muy importante para introducir, en las valoraciones que se estén barajando, el daño emocional experimentado y que acompaña al puramente material, algo que no suele tenerse en cuenta.
De igual manera, La mediación resulta muy adecuada para acompañar a los vecinos afectados en las reuniones con la administración. Los necesarios encuentros para expresar los sentimientos y las necesidades de las personas afectadas pueden dar lugar a enfrentamientos, ya que la alta intensidad emocional de los afectados puede ocasionar enfrentamientos que no ayudan a conseguir lo que las personas necesitan en primer lugar, ser escuchados y comprendidos. En estas situaciones, el medidor puede ayudar traduciendo lo que las personas quieren decir, expresando todo el dolor del daño sentido de manera que, la forma de hacer llegar esa información sea bien recibida y más fácilmente comprendida, evitando contestaciones defensivas que incrementarían el conflicto y haría difícil salir de él.
Las ventajas que la mediación ofrece, si se la compara con la vía legal, son de un menor coste económico y emocional, una resolución más rápida del conflicto, acuerdos más satisfactorios, que se mantienen en el tiempo, además de posibilitar el mantenimiento de las relaciones futuras entre los afectados. Sin embargo, la principal ventaja de la mediación es la de mejorar la calidad de vida de las personas porque: reduce los sentimientos negativos asociados al conflicto, favorece la comprensión de los planteamientos diferentes; cambia actitudes y creencias equivocadas; promueve la participación de las personas en el proceso; equilibra la razón y la emoción, mejorando la toma de decisiones y aumenta la autodeterminación, dejando que las personas sean las autoras de sus acuerdos, ejerciendo el derecho a regirse por sus propios principios.
Si la mediación da respuesta a lo que las partes esperan, que es conseguir acuerdos, y la forma de hacerlo ofrece respeto e igualdad en el trato, la mediación debería ser promocionada para que los ciudadanos la conozcan y puedan elegirla.
En este momento tan delicado que hemos y estamos viviendo, que tanta falta hace promover una cultura de paz, la mediación se presenta como una propuesta esperanzadora donde se prioriza el diálogo, se promueve la resolución pacífica de los conflictos y se potencia la participación de la ciudadanía. Es una fórmula que garantiza el respeto a las personas y fomenta la colaboración, haciendo que las personas se sientan seguras y recobren la confianza perdida, desconfianza que la catástrofe ocasionada por la DANA ha dejado.
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