La hipoacusia o sordera

2 noviembre, 2023

Dr. Luis Manuel Aranda, Otorrino
Centro Médico Polivalente (C/Zaragoza 10, Huesca)

Un buen amigo tiene la gentileza de solicitarme unos renglones sobre la Hipoacusia y los avances tecnológicos en las prótesis auditivas, los audífonos, pero como el encargo me llega en un momento vital de “inventario” profesional, y antes de que la cruel jubilación, la separación de nuestros pacientes/amigos pudiera llegarme, permítanme que me extienda también en consideraciones humanísticas sobre el tema, después de medio siglo conviviendo con esta minusvalía, como médico otorrino. Sordera tan unida, la pobrecita, a las inherentes bromas desde la noche de los tiempos, por contra de la ceguera, tan trágica, tan respetada… ¿Tal vez por aquello de que “los ojos son el espejo del alma”? ¡Vaya Vd. a saber!

Crecí entre dos sordos con cuya mediación comencé a ver y entender de que iba la minusvalía y su tan superficial como cruel, cómico y frívolo entendimiento. Primero fue Pepe “el sordo”, por mi pueblo, allá por aquellos cerros de Úbeda y, posteriormente, el padre “Bola”, con perdón, en el lejano internado escolapio de Getafe. Con Pepe aprendí a vivir entre una de las cosas más inexplicables de mi infancia: el comprobar como una persona podía tener tanta dificultad para entenderse con los demás y, sin embargo, tocando el trombón (un gran emisor de graves) y con ayuda de su partitura, podía sobrevivir empastado felizmente entre la banda municipal de música, e incluso sabiendo suplir su menoscabo auditivo con un sentido del humor tan capaz de llenar de anécdotas y sonrisas nuestra añorada como lejana infancia.

Posteriormente, el padre “Bola”, siguió proporcionándonos mucho juego. Era el confesor ideal, la envidia de los demás curas, sí, porque él, mientras dormitaba confesando, ponía su “petaca”, su audífono de gran amplificación, delante de nuestras narices, al extremo de que con cualquier roce era posible apagarlo, dándole a la palanca correspondiente. Y, el milagro acababa como se esperaba… convirtiendo los pecadillos mortales en veniales, pudiendo accederse a la tan socorrida y leve penitencia del padrenuestro y las dos Avemarías que no ocasionaban mayores problemas.

Posteriormente, la vida me llevó hacia la Medicina para acabar en la Otorrino, en donde comencé a enfrentarme con la realidad: el triste y cruel abandono de tantísimo afectado/a por dicha minusvalía auditiva, por lo que decidí interesarme desde mis inicios por la Audiología, una subespecialidad que no había tenido en nuestros estudios ni siquiera la consideración de una “María”.

Y, porque estaba muy sensibilizado, no sólo por las carencias y padecimientos clínicos que me tocaba ver en la consulta, sino por haber leído también como el gran genio de Beethoven supo describir tan magistralmente en su “testamento de Heiligenstadt”,el documento encontrado tras su muerte, lo que yo comprobaba a diario…”hace seis años que estoy angustiado hasta la desesperación, agravado por médicos insensatos…al fin he tenido que afrontar la realidad de una enfermedad duradera cuya cura quizás sea imposible…sensible a los entretenimientos sociales, poco a poco me he visto obligado al retiro, a la vida en soledad…por la experiencia de mi oído defectuoso. Para mí era imposible decir a la gente: hablad más alto, gritad, porque estoy sordo”.

Así es que harto ya de comprobar cómo, pacientes irredentos, me llegaban con el diagnóstico de…” mire, Dr. Aranda, no insista en que hay soluciones, que a mí un compañero suyo ya me dijo, hace años, que lo mío no tiene arreglo, porque es que tengo el nervio seco” …decidí implicarme más en ayudarles. La frase entrecomillada anterior, la horrorosa cantinela que uno tenía que oírse, y cuya lacerante herida, cuál rejón de picador, me fue motivando a implicarme más y más en su ayuda, tal vez porque de sobra podía saber cómo otros mil problemas tan graves, como “el garrotillo”, la viruela, la tuberculosis o la diabetes, por ej., la ciencia había sabido encontrar, mucho antes, las soluciones adecuadas.

E inicié un camino de mil gratificaciones lleno y hasta del nivel de cualquier posible cirugía exitosa, por lo que el boca a boca de los sitios pequeños comenzó a enviarme tal volumen de pacientes que he podido comprobar claramente, casuísticamente hablando, las dos formas de luchar contra este padecimiento que llega a provocar, en general, tanto grado de inferioridad…

  1. A) Ocultándola a toda costa (negándola… “oiga, no es que yo no oiga, es que los demás hablan muy bajo”, nos tenemos que oír todos los días).
  2. B) Haciendo alarde de que no importa, como hacía el gran Beethoven, hasta con el descuido en el vestir, incluso el aislamiento social, con el consiguiente deterioro de la personalidad y todas las suspicacias paranoides correspondientes, porque es que “los sordos se vuelven muy desconfiados”, que dicen por mi andaluza tierra,

¡Ay! …la pérdida de los sonidos agudos cuando llegando la edad, comenzamos a perder alrededor del treinta por ciento de las células ciliadas y las consonantes que hasta entonces nos habían hecho felices sin saberlo, nos abandonan y todas las palabras ajenas se vuelven confusas, apareciendo entonces las mil anécdotas divertidas y posibles: la “braguita podemos confundirla con la bragueta, el barullo con un chanchullo y hasta a un gordo con un sordo”, entre otras lindezas.

Las socorridas frecuencias agudas y las que cuya desaparición progresiva puede acabar con la convivencia conyugal más cimentada…”es que no me has oído, Mariano… ¿acaso no has oído el timbre de la puerta? ¡Qué horror, hijo, vas a acabar como tu padre!”. Por si no lo supiéramos y no fuera suficiente con mirarnos todos los días en el espejo.

Ya saben, la posible gota a gota de cualquier tormento chino. Sólo entonces comenzamos a sufrir en carne propia como” el ser mayor y no oír bien es exponerse a una doble marginación”.

Pero la edad tiene afortunadamente añadidos otros sabios contrapesos: la llegada de los nietos y la necesidad vital de querer, como ninguna otra cosa, el llegar a oírlos bien. Ellos son, finalmente, los que nos disparan todas las alarmas hasta conducirnos hacia el Centro Auditivo más aconsejable, para buscar ayuda dentro de sus modernas prótesis, tan capaces ellas de proporcionarnos, hoy día, las tan impensables como necesarias ayudas.

Los modernos audífonos, los que han pasado de ser una cosa o artilugio vergonzante, como indiscutible heraldo de vejez, a joyas auténticas, indicadoras de estatus social. Que llevar colgados en el pabellón auricular dos como diamantes tecnológicos de a ocho mil euros de vellón no es cosa baladí !.

Miro hacia atrás y caigo en la cuenta de lo que han supuesto cincuenta años de ejercicio profesional y ver la enriquecedora evolución de las prótesis auditivas, desde aquellas “grandes petacas” y cuyo volumen y cables invitaban más que a recibir inteligibles palabras, a comunicarnos que estábamos ante alguien que precisaba de nuestros gritos y mímica oportuna. Los inequívocos signos parlantes y que a semejanza de los de los ciegos, con sus gafas oscuras y bastón, siempre han sabido ir por la vida debidamente auxiliados., sin tan siquiera tener que pedirlo a cada instante.

Ellos, los audífonos vinieron a sustituir a las “trompetillas “de materiales más o menos nobles y de siglos anteriores. Fue a comienzos del siglo XX, rebuscando  tecnología basada en los estudios previos del gran G.Bell, el que a mitad del siglo anterior ya había pensado  en ayudar a su muy sorda y querida esposa.

Y para acabar, permítanme una abreviada enumeración de los hitos históricos en la investigación y desarrollo se los Audífonos:

Año 1.900…Surge el primer amplificador en la banda de mil a mil ochocientos Hz y con ganancias de tan solo diez a quince decibelios.

Año 1.901…audífono eléctrico con micrófono de carbón y un auricular similar al de los primeros teléfonos.

1.920…Aparece el amplificador electrónico de válvulas, con los que se llegaron a conseguir, hasta los setenta decibelios de ganancia: amplificaciones muy potentes.

1.947…la llegada del transistor revoluciona su tecnología, consiguiéndose, por fin, prótesis mejores y más pequeñas, que se podían ya incluso integrar dentro del pabellón auricular o en gafas auditivas.

1.964…Nacen los “circuitos integrados”, uniéndose múltiples transistores y resistencias en un circuito o componente único.

1.970…Llega el micrófono Electro-Fet (direccional), de respuestas frecuenciales más amplias, incluso con un tamaño menor.

1.980…audífonos intracanales, totalmente ubicados dentro de la concha auricular, incluso dentro del mismo CAE y ofertados, lamentablemente, como “la quintaesencia “para cualquier grado de hipoacusia, supeditando la oferta estética a cualquier otra consideración.

1.988…Primeros audífonos programables digitalmente.

1.995…WIDEX, el fabricante danés, lanza el fabuloso Widex SENSO, el primer audífono intracanal completamente digital y con capacidad para realizar cuarenta millones de cálculos/segundo.

2.006…Audífonos RITE, retroauriculares, pero con el receptor externo separado del audífono y el auricular dentro del CAE, evitando así el que sus elementos se acoplaran, y apareciese el efecto Larsen con los pitidos tan desagradables en los usuarios.

2.017…Audífonos de pilas recargables.

2.018…Widex acaba sorprendiéndonos con su Widex EVOQUE, aderezado de tecnología machine learning, y tan capaz de proporcionarnos respuestas auditivas a la demanda y en los ambientes más insospechados,

Vaya mi agradecimiento final a D. Juan Martinez Sanjosé, tan capaz, allá por el “Jurásico”, de haber columbrado, como ingeniero, la necesidad de crear en Barcelona la primera escuela española de Audioprotesistas, así como haber creado AURAL WIDEX y cuya Fundación, tantos problemas de sordera infantil ha sabido resolvernos tan eficaz como altruistamente en el pasado.

Agradecimiento que deseamos extender también al Audioprotesista de Santiago de Compostela D. Juan Carlos González, por habernos suministrado datos tan necesarios de la evolución tecnológica.

Posdata: EL EFECTO BATES: En honor del autor que a comienzos del siglo XXI estableció como “los usuarios desarrollamos hacía nuestros audífonos una hostilidad inconsciente que nos induce a castigar a nuestros artefactos auditivos mediante la negligencia de dejar que sus pilas se agoten. Por la subyacente no aceptación de nuestra minusvalía.”

Una realidad de diaria y personalísima comprobación en la consulta y que considero útil acabar compartiendo con todos Vdes, para reclamarles, con la debida humildad, su más elemental compasión y comprensión hacia muchos de entre nosotros, los añosos duros de oído.

La hipoacusia o sordera - Fundación Quaes

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