Francisca Vicente
Microbióloga y Asesora Científica
La resistencia a los antibióticos se produce cuando las bacterias mutan en respuesta al uso de diferentes fármacos. Las bacterias resistentes pueden producir infecciones en el ser humano y en los animales, que son las principales causas de muerte a nivel mundial y más difíciles de tratar que las originadas por microorganismos no resistentes. Todo esto origina el mayor problema sanitario que tiene la humanidad actualmente, ya que los antibióticos están dejando de ser efectivos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que, si no se controlan, podrían causar 10 millones de muertes al año en el 2050. Por tanto, ha hecho un llamamiento indicando que se trata de una de las mayores amenazas para la salud mundial. Así, un creciente número de infecciones, como la neumonía, la tuberculosis, la septicemia o la gonorrea, son cada vez más difíciles, y a veces imposibles de tratar, a medida que los antibióticos van perdiendo eficacia. Todo esto llevará a un efecto catastrófico en la economía mundial, con un coste de más de 100 millones de dólares.
Diferentes estudios en 2019 reflejaron que 4,95 millones de personas murieron por enfermedades en las que las bacterias resistentes a antibióticos desempeñaron un papel importante. De éstos, 1,27 millones de muertes fueron el resultado directo de las bacterias multirresistentes, lo que significa que las infecciones resistentes a los medicamentos mataron a más personas que el VIH/SIDA o la malaria. Lo mismo ha sucedido con la reciente pandemia que ha afectado a la humanidad, la COVID-19, y que ha provocado, en su conjunto, millones de muertos y estragos en la sociedad. Sin embargo, su impacto sanitario podría quedar empequeñecido comparado con el que podrían tener las bacterias resistentes a antibióticos en un futuro próximo.
Por ello, la OMS en el 2017 publicó una lista de bacterias que necesitan nuevos antibióticos urgentemente, debido a su alta resistencia a los medicamentos y a lo peligrosas que son para la salud humana. En ella se pone de relieve, especialmente, las bacterias gramnegativas multirresistentes, conocidas por su capacidad innata de encontrar nuevas formas de resistir a los tratamientos y que pueden transmitir material genético que permite a otras bacterias hacerse igualmente resistentes. Las infecciones más difíciles de tratar son las que se contraen en los hospitales, las llamadas infecciones nosocomiales, es decir, las que ocurren tras complicaciones de una intervención quirúrgica. De hecho, las infecciones quirúrgicas, causadas por bacterias que penetran a través de la herida, ponen en peligro la vida de millones de pacientes cada año, y contribuyen a la propagación de la resistencia a los antibióticos. Según la OMS, en los países de ingresos económicos bajos y medios, un 11% de los pacientes operados sufren infecciones.
A su vez, el European Centre for Disease Prevention and Control (ECDC) también apoya estos datos, ya que ha hecho públicos varios informes sobre las infecciones en los quirófanos europeos entre 2018 y 2020 y la tasa de infecciones en las unidades de cuidados intensivos (UCI) en 2018 y 2019. De forma general, la prevalencia diaria de infecciones en la atención sanitaria en Europa se estima en un 6,5%, según los últimos datos de 2016-2017. Se estima que durante un día en algún centro sanitario europeo, unos 98.166 pacientes contraen una infección que puede suponer un riesgo en su vida, lo que supone aproximadamente 3,8 millones de pacientes al año.
Además, hay que considerar que la esperanza de vida se ha incrementado en las últimas décadas y específicamente los pacientes oncológicos sobreviven más tiempo, y eso hace que tengamos una población de un riesgo especial, que puede ser afectada con más facilidad por todas las infecciones. La lista de bacterias generada por la OMS crece cada vez más y eso hace que hoy la resistencia antimicrobiana sea un problema de salud pública, calificado en el 2020 por la misma OMS dentro de la lista de problemas sanitarios urgentes de dimensión mundial.
La industria biofarmacéutica está trabajando en crear nuevos antibióticos para tratar las infecciones producidas por bacterias resistentes. Por ello, la industria ha dado respuesta con la formación de AMR Action Fund, una colaboración de más de veinte compañías biofarmacéuticas, que tienen como objetivo llevar de 2 a 4 nuevos antibióticos a la práctica clínica para el 2030. A través de AMR Action Fund la industria farmacéutica ha unido fuerzas con filántropos, bancos de desarrollo y organizaciones multilaterales, con el fin de fortalecer y acelerar el desarrollo de antibióticos. Sin embargo, el futuro depende no solo del descubrimiento de nuevas terapias, sino del conjunto de la población, ya que esta resistencia se acelera con el uso indebido de estos medicamentos y con la deficiencia de la prevención y control de infecciones. Según la OMS, se pueden adoptar medidas en todos los niveles de la sociedad para reducir el impacto y limitar su propagación.
En concreto los expertos llaman a tener un mayor control y prevención de las infecciones en los hospitales, mejorar los diagnósticos de laboratorio, la capacidad de aislamiento, los protocolos de higiene y los programas antimicrobianos. Desde la institución europea, ECDC, piden también protocolos comunes entre los estados miembros y esfuerzos para automatizar los procesos de detección y vigilancia de estas patologías. Al menos el 20% de estas infecciones son prevenibles con programas de prevención y control. En España se ha establecido el Plan Nacional frente a las Resistencias a Antibióticos (PRAN), lo cual ha facilitado una mejora general en la utilización de antibióticos en los últimos años.
La globalización, el cambio climático y los cambios provocados por los seres humanos en el medio ambiente, entre otros factores, están potenciando la aparición de pandemias debidas a virus zoonóticos en el ser humano, como la reciente pandemia de la COVID-19. Sin embargo, el progresivo aumento de resistencias a antibióticos podría favorecer también la irrupción de epidemias causadas por bacterias. Esto fue lo que ocurrió, por ejemplo, con bacterias como Klebsiella pneumoniae (productoras de carbapenemasas, que inactivan uno de los pocos antibióticos efectivos contra estas bacterias). Estas cepas resistentes se detectaron en Estados Unidos y, desde allí, se extendieron a casi todo el mundo, llegando a ser endémicas en algunos países. El enfoque Una Salud (One Health), mediante la colaboración de profesionales de múltiples disciplinas, resulta clave para prevenir y responder de forma eficaz y temprana a los desafíos sanitarios que surgen en la interrelación entre personas, los animales y el medio ambiente.
Además, hay que considerar que el avance en el desarrollo ehttps://www.univadis.es/viewarticle/hacia-el-enfoque-un-mundo-una-salud-para-frenar-la-pandemia-de-la-farmacorresistencia-734248n diferentes tecnologías moleculares, como la secuenciación de genomas completos, será de mucha utilidad para conocer las resistencias a antibióticos y cómo se originan. Por otra parte, el control de la vigilancia epidemiológica es esencial para controlar cómo evoluciona esta problemática.
En resumen, la resistencia a los antibióticos está poniendo en riesgo los logros de la medicina moderna. Dada la facilidad y la frecuencia con que se desplazan ahora las personas, la resistencia a los antibióticos es un problema de dimensiones mundiales. Las resistencias a antibióticos no solo impactan sobre la salud humana, también lo hacen sobre la economía. El Foro Económico Mundial (2013) incluye las resistencias a antimicrobianos como uno de los factores que afectan al desarrollo económico. En este sentido, el Banco Mundial estima que las resistencias reducirían el producto interior bruto en un 1,1% para 2050. En caso de elevadas resistencias, el impacto sería del 3,8%.
En general, el mundo necesita antibióticos para contrarrestar la aparición de bacterias resistentes, principalmente gramnegativas, sin embargo, detener la aceleración de la resistencia antimicrobiana depende de muchos sectores de la sociedad: de los gobiernos al crear políticas públicas que eduquen a la población en general, y la generación de inversión sostenible para la producción de nuevos antibióticos; de todos los sanitarios, al seguir los protocolos del uso de estos medicamentos (antibióticos) en sus tratamientos y en la educación de sus pacientes; la industria farmacéutica al seguir trabajando en investigación y producción de nuevos agentes terapéuticos, y de toda la población, al informarnos sobre la prevención de infecciones y el uso correcto de los antibióticos.