Anna González-Neira PhD
Jefe Unidad de Genotipación-CEGEN. Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas.
Es un hecho constatado que esta pandemia ha azotado cruelmente a la población mayor. Nuestros ancianos, frecuentemente polimedicados y sujetos a varias comorbilidades, muestran una mayor susceptibilidad a sufrir los efectos de la infección por SARS-Cov-2, causante de la COVID-19, y experimentan manifestaciones clínicas más severas. Sin embargo, esto no significa que cumplir 65 años te coloque automáticamente en la categoría de alto riesgo, ni tampoco que ser joven y sin ningún trastorno crónico te exima de desarrollar la enfermedad en su forma más grave.
Seguro que todos retenemos en nuestra memoria algún titular de periódico (recuerdo varios casos de centenarios) o incluso algún mayor de nuestro propio entorno, que sorprendentemente, aun teniendo todas las “papeletas”, ha superado la enfermedad de manera asintomática y por el contrario, hemos visto como personas jóvenes y deportistas han tenido, contra todo pronóstico, que ser hospitalizado o incluso ingresados en UCI.
En una enfermedad como la COVID-19 que muestra esta heterogeneidad clínica entre pacientes, y posiblemente, también entre poblaciones, cabe preguntarse si nuestros genes condicionan o modifican en cierta medida el curso más o menos grave de la enfermedad. Los virus son agentes infecciosos que dependen de la maquinaria celular del huésped para replicar, por lo que cabe esperar que la variabilidad genética intrínseca del huésped, es decir nuestros genes, influya significativamente en el resultado de la infección. Por lo tanto, la susceptibilidad viral individual y la progresión de la enfermedad estarían determinadas, al menos parcialmente, por nuestro genoma.
Dado que ya existían estudios que demostraban la contribución de nuestros genes al curso de la infección con otros virus, como el virus de inmunodeficiencia humana, el virus del dengue y de la gripe A, desde el inicio de la pandemia se pusieron en marcha iniciativas internacionales y proyectos de investigación que pretendían esclarecer si esto también era así en el caso de la infección con SARS-Cov-2.
Una de las más importantes es la denominada COVID-19 Host Genetics Initiative, un consorcio formado por más de 150 participantes a nivel mundial, muchos de ellos españoles. El carácter abierto y colaborativo de este consorcio permite fomentar el intercambio de recursos para facilitar la investigación, llevar a cabo análisis de los datos de todos los grupos y proporcionar una plataforma para compartir los resultados de tales actividades, así como los datos, para beneficiar a la comunidad científica.
Con este mismo objetivo, pero en el ámbito nacional, se ha creado el consorcio ScourGe en el que participan 46 grupos clínicos, 14 de investigación y 9 biobancos españoles. En la actualidad este consorcio está analizando el genoma de más de 10.000 personas infectadas por el coronavirus en nuestro país.
Estos esfuerzos están ya dando sus frutos, y los primeros resultados que avalan el papel de nuestro ADN en la evolución de esta enfermedad ya están siendo publicados. El primero de ellos fue publicado el pasado mes de junio en la prestigiosa revista New England Journal of Medicine, en el que se identificaron variantes genéticas en dos regiones del genoma humano asociadas con un mayor riesgo de desarrollar formas graves de insuficiencia respiratoria.
Una de ellas estaba localizada en el cromosoma 3 y las variantes identificadas podría afectar a la expresión de genes que favorecerían la entrada del virus, así como la generación de la denominada “tormenta de citoquinas”, una reacción desproporcionada del sistema inmunitario, que causa grave inflamación en los pulmones y que da lugar a un empeoramiento que puede llegar a ser fatal.
La otra región se localizaba en el cromosoma 9, dentro del gen que determina nuestro grupo sanguíneo. Los resultados obtenidos sugieren que poseer el grupo sanguíneo 0 confiere un efecto protector frente al desarrollo de insuficiencia respiratoria en caso de infección mientras que los pacientes con grupo sanguíneo A tienen un 45% más de riesgo de necesitar soporte ventilatorio.
Este mes, ha sido publicado en la revista Science un estudio que identifica nuevos factores genéticos asociados con la susceptibilidad y pronostico de la enfermedad. En el trabajo secuenciaron 13 genes conocidos por ser importantes para la defensa contra el virus de la gripe en más de 650 pacientes con neumonía grave por COVID-19. Los investigadores encontraron que 3,5% de los pacientes que desarrollaban la enfermedad grave eran portadores de mutaciones en estos genes que afectan a la producción de interferón (IFN) humano tipo I. Este IFN es una proteína que manda una señal de alarma a todo el cuerpo cuando existe una infección por un virus, uniéndose a las células para que modifiquen su metabolismo y activen sus mecanismos de defensa antiviral.
Otro estudio publicado en la misma revista y del mismo consorcio internacional corrobora el papel del IFN tipo I en la severidad de la enfermedad, encontrando que el 10,2% de pacientes graves producen anticuerpos que, en lugar de encontrar y neutralizar al virus, están diseñados para bloquear al IFN tipo I impidiendo que este funcione correctamente. Los autores del trabajo sugieren además que la administración de IFN tipo I podría proporcionar un beneficio terapéutico en estos pacientes, particularmente en el curso temprano de la infección por SARS-Cov-2
A pesar de que queda mucho por hacer sobre este tema, los resultados hasta la fecha confirman que nuestro ADN juega un papel importante en nuestra vulnerabilidad a la COVID-19.
Un test que determine de manera rápida éstas (y nuevas) variantes genéticas en pacientes COVID-19, junto con las variables clínicas de riesgo previamente establecidas (edad, comorbilidades) permitiría disponer de una estima de riesgo individual. Esta información de gran valor para los profesionales clínicos, favorecería la personalización del manejo de cada paciente, centrando todos los recursos de vigilancia y prevención en los pacientes de mayor riesgo.
Además, estos estudios genéticos nos permitirán conocer los mecanismos moleculares subyacentes asociados a la respuesta de las personas a la infección con SARS-Cov-2 y el descubrimiento de nuevos tratamientos que puedan beneficiar a estos pacientes.
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