Cristóbal Aguado Laza
Presidente de AVA-ASAJA
La pandemia ha vuelto a poner sobre la mesa el papel esencial que desempeñan los agricultores y ganaderos, una contribución que una parte de la sociedad había olvidado al tener las neveras llenas. Agricultores y ganaderos demostraron desde el primer día de confinamiento domiciliario que no pueden parar porque son el primer eslabón de una cadena agroalimentaria sobre la que recae la responsabilidad de suministrar alimentos en suficiente cantidad y máxima calidad a la población.
Pese a las dificultades derivadas de una situación tan extraordinaria, el sector productor europeo cumplió con nota su compromiso a la hora de seguir proporcionando alimentos con plenas garantías de frescura, trazabilidad, seguridad y respecto al medio ambiente. Una lección que deberíamos haber aprendido del Covid-19 es la necesidad de contar con una autosuficiencia alimentaria e industrial para afrontar crisis impredecibles como la actual en la que se pueden llegar a cerrar fronteras y cortar suministros de todo tipo desde el exterior. En todo caso no es lo mismo que falten microchips que falte comida.
Esa contribución agraria recibió un merecido reconocimiento por parte de las autoridades políticas y del conjunto de la sociedad. Sin embargo, los aplausos y las palabras grandilocuentes sobre la importancia estratégica del campo no se han traducido ni en mejores precios ni en medidas de apoyo que permitan aliviar las pérdidas sufridas. Más bien al contrario, mientras los costes de producción se han disparado a niveles alarmantes debido a las disfunciones del comercio internacional y mientras los consumidores han empezado a pagar más cara la cesta de la compra, los productores agrarios no pueden repercutir ese alza de gastos en los precios que perciben por sus cosechas y en muchísimos casos tienen que vender sin cubrir los costes de producción.
Pero volvamos al principio de la pandemia. Durante los primeros meses la mayoría de los cultivos y ganaderías valencianas sufrieron un mazazo en términos de rentabilidad. El cierre o las restricciones reincidentes del canal HORECA –principalmente establecimientos de la restauración y el turismo–, la cancelación de los mercados ambulantes de proximidad, así como la ralentización de las exportaciones supusieron pérdidas millonarias para el sector agrario.
Es cierto que hubo un breve repunte de las ventas alimentarias ante el confinamiento, pero pronto empezaron a verse con crudeza las devastadoras consecuencias comerciales en las ganaderías de ovino y caprino, tanto de carne como de leche, las hortalizas de temporada y el sector de flores y plantas ornamentales, el cual sufrió la cancelación de pedidos nacionales e internacionales en los meses primaverales donde concentran el 70% de la facturación anual. Más adelante los efectos del Covid-19 se hicieron sentir con fuerza en las frutas de hueso, las cebollas y patatas, la uva para vinificación, la almendra, los cereales, el caqui, el aceite y la miel. Incluso algunas variedades de cítricos, que gozaron de un tirón de la demanda, acabaron con precios por debajo del umbral de rentabilidad.
Especial mención merecieron los ganaderos de ‘bous al carrer’ puesto que la crisis sanitaria canceló la práctica totalidad de estos festejos. A la pérdida de los ingresos se añadió el retraso de las ayudas concedidas a este colectivo con las que se hubieran evitado el sacrificio de miles de reses.
La pandemia irrumpió, además, justo cuando el sector agrario estaba protagonizando una ola de movilizaciones sin precedentes –bajo el lema ‘Agricultores al límite’– en protesta por la falta de rentabilidad y que en Valencia acogió el 14 de febrero de 2020 la mayor manifestación agraria en lo que llevamos de siglo XXI. Las reivindicaciones agrarias estaban copando la agenda política por primera vez en décadas y arrancaron al Gobierno los primeros compromisos como la reforma de la Ley de la Cadena Alimentaria que, por el momento, se han demostrado insuficientes para garantizar unos precios por encima de los costes de producción.
Los agricultores aparcaron las movilizaciones, por sentido de la responsabilidad, para volver a los campos y a las granjas. En todo momento mantuvieron un comportamiento ejemplar para evitar contagios en las diferentes campañas. No obstante, el sector reprochó a las administraciones por eludir sus responsabilidades en la lucha contra la pandemia a pie de campo y trasladar los correspondientes sobrecostes económicos y la carga burocrática a los agricultores y ganaderos.
¿Quién no recuerda también la colaboración de los agricultores con los ayuntamientos en aras de acometer, voluntariamente y de forma altruista, labores de desinfección en las calles para prevenir el Covid-19? El mundo rural exhibió una solidaridad encomiable, valiente incluso en esos momentos de miedo e incertidumbre.
Casi dos años después de pandemia la rentabilidad agraria no ha mejorado en absoluto, sino que se ha visto agravada por la escalada histórica de los costes de producción. Estamos ante la campaña agraria más cara de la historia. En un año el gasóleo ha subido un 73%, los abonos un 48%, los plásticos de invernadero un 46% y los piensos para alimentación animal más de un 20%, según cabañas ganaderas. La energía eléctrica –necesaria para extraer el agua de riego (el coste del agua, por cierto, también ha aumentado un 33%) y para el mantenimiento de las infraestructuras agropecuarias– está disparada a niveles alarmantes tras encarecerse un 270% y pulverizar récord sobre récord. Todos los gastos, en suma, están subiendo una barbaridad sin que los precios en origen repunten.
Por ello, el sector agrario valenciano, español y europeo ha vuelto a salir a las calles y a las carreteras, esta vez bajo el lema SOS rural, para lanzar un grito de auxilio y reclamar medidas urgentes. Decía al principio que el Covid-19 nos debería haber servido para aprender que con la comida no hay que jugar, nos debería haber servido para diferenciar lo que es importante de lo que no lo es. En ese sentido, los agricultores y ganaderos necesitamos el apoyo de la sociedad para que podamos seguir viviendo de nuestro trabajo esencial, con o sin pandemia.