Judith Pita Amatllé.
Diplomada en Enfermería por la Universitat de Barcelona, Sant Joan de Déu.
Enfermera de hospitalización en cirugía y medicina interna en la Clinica Nostra Senyora del Remei, Barcelona
Mi visión no es objetiva. Soy enfermera. Trabajo en una clínica privada. Desconozco cifras, pero en Barcelona la sanidad privada en general redujo su actividad propia con el Covid en marzo de 2020 casi en su totalidad. En la clínica donde trabajo, mantuvimos nuestro servicio de urgencias y la hospitalización de sus ingresos y algo de maternidad. El resto, pasó a ser hospitalización Covid, incluida la UCI, con pacientes propios y en su mayoría trasladados desde la sanidad pública.
No entraré mucho en detalles. Curiosamente, parece que fue ayer y, a la vez, muy lejano. Fue una etapa muy dura y con mucha incerteza y miedo. Esos cursillos forzosos e inmediatos de técnicas sólo vistas en la carrera, añadiendo que nadie sabía nada seguro. Los aislamientos, la angustia, la precariedad, la soledad de los pacientes…Y cada día había novedades.
Cada uno lo pasó como pudo. Si algo bueno hubo ahí, destacaría la sensación de trabajo en equipo, de unidad, de casi familia. El oasis en el control de enfermería. El consuelo en los compañeros. Y no sólo enfermería. Los sanitarios y los no sanitarios. Todos esenciales. Todos con miedo. Todos viviendo en el surrealismo (igual que el resto de la población) pero, al mismo tiempo, intentando arrimar los hombros y seguir viviendo, sin más. Convirtiendo así en llevable lo inasumible. Todos a una.
No todo podía ser sufrimiento y pérdidas. Muerte. Incertidumbre. Calles vacías. Debíamos pasar buenos momentos pese a todo. La complicidad y el compañerismo a todos los niveles eran necesidades básicas. Y sí, ese humor en ocasiones casi blasfemo que corre por los pasillos de hospital y que nos permite reír cuando sólo deberíamos llorar y abandonarnos. Yo hasta creé mi pequeña alter ego en Instagram (todo el mundo inventaba algo o aprendía a hacer algo en esos días de confinamiento). Anécdotas para dar y vender. Buenas y malas.
En la actualidad, no sé si me da más miedo el mensaje de “ya salimos” o el de “seguimos en ello”. Los dos son ciertos, complementarios.
Hemos aprendido cosas los que, ya de por sí, nos gusta aprender.
Luego están los de la mascarilla mal puesta, los de los guateques, las reuniones familiares o no, los de los botellones, etc. Los egoístas e irresponsables. Vaya, los que hacen que las cifras se estanquen. Nosotros sufrimos, corremos por pacientes que se complican y acaban en la UCI, mientras otros tiran cohetes y llegan cerca del coma etílico porque terminó el toque de queda. La economía y el trabajo. Lo sé. Han de auparse. Pero eso precisamente lo conseguiríamos siendo más cabales para poder acabar antes con la pandemia y, por tanto, con sus odiadas restricciones.
Afortunadamente, llegaron las vacunas para dar un respiro y solucionar las cosas. La gente se relaja en las medidas de prevención, pero los contagios y las muertes bajan gracias a ellas. Hay los que se resisten, aunque por suerte la mayoría parece que las asume, sobretodo para negociar su “libertad” y la vuelta a la “normalidad”; a la “nueva”, claro.
Jamás pensé vivir algo así como enfermera (ni como nada, vaya). Algo dramático para lo que no estábamos preparados.
¿Y ahora? A nivel personal creo que he mejorado. La Sanidad, el trato-contrato-despido a sus trabajadores, la prevención y otras asignaturas pendientes, no tanto. Supongo que es complicado. Dejamos atrás mascarillas, geles, distancias,..estamos vacunados…nadie recuerda que no se baraja el 100% de cobertura…De momento seguiré usando mi ffp2. Sí, con esa dulce seguridad de la vacuna en mi brazo. Espero que esta opinión quede obsoleta en breve. Seguro que sí.