Dr. Salvador Altimir Losada
Coordinador de la Unitat de Geriatría del Hospital Germans Trias i Pujol. Profesor asociado de medicina en la Universitat Autónoma de Barcelona .Médico de la Residencia Bell-Resguard, El Masnou (Barcelona). Ex-presidente de la Societat Catalana de Geriatría y Gerontología.
Aunque, posiblemente, el SARS-COV-2 infecta a los individuos independientemente de su edad, los datos epidemiológicos analizados confirman, en todos los países, que el virus es más letal en función de la edad y de la presencia de enfermedades acompañantes. Esta evidencia no es extraña y se cumple en una gran mayoría de procesos infecciosos o de cualquier otra índole.
Pero la pandemia ha desbordado la capacidad de respuesta de muchos dispositivos sanitarios y ha puesto sobre la mesa algunos interrogantes.
¿Hasta qué punto la edad ha de ser un elemento discriminante?
¿Cómo organizar la asistencia sanitaria en las residencias de ancianos?
¿Cuáles pueden ser las consecuencias de mantener aisladas a las personas de edad avanzada?Evidentemente, se han planteado muchas otras cuestiones. Pero estas tres pueden ser un buen inicio para el debate.
En los países desarrollados, durante el siglo veinte, la esperanza de vida ha crecido desde los menos de 40 años en 1900 hasta los más de 80 en el año 2000. Posiblemente, esta circunstancia es la más trascendente del pasado siglo. El mayor logro de la humanidad ha sido concederse años (muchos) a la vida. El envejecimiento, antes una anécdota, es una realidad universal.
Pero, más allá del goce individual, desde un punto de vista social, ¿para qué sirven los ancianos? En ocasiones, la propia administración pública, considera a las personas de edad avanzada como un colectivo al que “hay que dar soporte”, sin valorar las innumerables aportaciones que realiza. Se estima que una cuarta parte de los niños reciben cuidados y atención de sus abuelos, los cuidados informales a personas dependientes los suelen realizar personas mayores, muchas organizaciones solidarias están constituidas por adultos de edad avanzada, los ancianos han garantizado el soporte económico de muchas familias durante la crisis financiera de la pasada década…
La edad ha sido usada como discriminante, a veces único, para acceder a cuidados médicos de complejidad.
Por el contrario, un estudio recientemente publicado sobre uso de unidades de cuidados intensivos por parte de nonagenarios, evidencia que tres de cada cuatro sobreviven al ingreso y dos de cada cuatro siguen vivos al cabo de un año. ¡Personas de más de 90 años!
Hace tiempo que la comunidad médica conoce que la edad no es un factor de riesgo por sí misma. La fragilidad y la presencia de enfermedades acompañantes, tienen un mayor peso en el pronóstico de las enfermedades y sus posibilidades de tratamiento.
Otro argumento considerado ha sido “los años de vida salvados”. No se ajusta a ningún principio ético. Al contrario, podría ser incluso inmoral. ¿Por qué no considerar la inteligencia, el nivel económico, la etnia…? ¿Acaso no es un valor muy importante, e independiente de la edad, la capacidad de disfrutar de la vida?
El acceso, o no, a cuidados médicos avanzados (hospitalización, intensivos) debe basarse en parámetros múltiples que abarquen tanto aspectos clínicos como funcionales y cognitivos. Los profesionales saben cómo evaluarlos de forma sencilla. Es posible que se debiera descargar al proveedor inmediato de cuidados (equipo de urgencias, cuidados intensivos) de la toma de decisiones.
Lamentablemente, el análisis de los datos evidencia que las personas más mayores de la sociedad han sacrificado sus vidas en beneficio de los más jóvenes. Esa ha sido la gran muestra de solidaridad intergeneracional durante la pandemia.
En España, las residencias son alternativas a la vivienda para aquellas personas que no pueden vivir de forma autónoma o recibir cuidados suficientes en su domicilio. El marco legal y control de calidad depende de los servicios sociales de cada comunidad autónoma. Conviven centros enteramente públicos con otros de atención pública con gestión privada y centros enteramente privados.
Existe otra red sociosanitaria, no desarrollada en todas las comunidades autónomas, que presta cuidados de convalecencia y de larga duración, vinculada a las consejerías de salud.
Las residencias no son, pues, hospitales. La atención sanitaria que pueden prestar no va más allá de la que se puede aportar en un domicilio particular. Ante cualquier enfermedad contagiosa las medidas de aislamiento son fundamentales. Al inicio de la pandemia, la gran mayoría de países despoblaron los colegios, centros sociales, teatros, estadios deportivos… para minimizar el contacto entre personas. Pero no se pueden despoblar las residencias. No se puede sacar a la gente de la que es su casa.
Pero sí se debería haber derivado a centros sanitarios a las personas que precisaban esos cuidados. Y garantizar el aislamiento real de los casos no graves que podían permanecer en su casa (la residencia). Al menos, en nuestro país, en muchos casos, se miró hacia otro lado. Ancianos que no recibieron cuidados médicos a los que tienen derecho, personas que no pudieron ser aisladas de los demás, personal cuidador “social” que debió convertirse en sanitario. Sin experiencia, formación ni equipos de protección adecuados.
En muchas regiones sanitarias españolas (y de otros países) el sistema colapsó. Y ancianos que viven en residencias fueron las víctimas.
En mi opinión, las residencias deben seguir siendo casas. Humanas y amigables. Y los hospitales y centros de salud deben adecuarse para atender correctamente a la población anciana más frágil. Ofrecer geriatría.
He comentado que el aislamiento es una herramienta potente en la lucha contra los agentes infecciosos. Pero, en medicina, la realidad no es blanca o negra.
El aislamiento y la soledad aumentan el riesgo a sufrir problemas vasculares y neurológicos. También afecta la modulación de la respuesta inflamatoria, que puede ser inadecuada. Junto al estrés emocional, que puede estar presente frente a la incertidumbre en soledad, se relaciona con complicaciones de enfermedades existentes, aparición de nuevas y aumento de mortalidad.
Es necesario replantear si las medidas de aislamiento preventivo total en las personas mayores es la medida más eficiente y, en general, reflexionar sobre si las decisiones en salud pública se toman a partir del modelo biopsicosocial que recomienda la OMS: “El estado completo de bienestar físico, emocional y social de una persona”.
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