Rafael Armengot Serrano
Doctor en Geografía. Meteorólogo. Miembro de la Junta Directiva de l’Associació Valenciana de Meteorologia (AVAMET)
El lunes 28 de octubre, una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) se situó sobre Gibraltar aproximándose desde la costa atlántica de Marruecos. Esta depresión, situada a 5.000-9.000 metros de altura y con un diámetro total de algún centenar de kilómetros, a partir de la noche del lunes se movió lentamente en dirección noreste. La circulación de vientos a niveles más bajos, al atravesar las montañas del Atlas argelino, dio lugar a un centro de bajas presiones en superficie sobre el mar entre Alicante y Argelia. Los vientos de dicha borrasca, girando en sentido antihorario, incidieron sobre la Comunidad Valenciana cargados de humedad; lo hicieron con mucha intensidad.
Este esquema se repite prácticamente siempre en los grandes temporales con lluvias torrenciales que afectan a la Comunidad Valenciana: una Dana que se sitúa sobre Gibraltar y se aproxima lentamente hacia territorio valenciano, aunque dejándolo siempre en su ángulo noreste; y un centro de bajas presiones en superficie sobre el mar al sur del territorio valenciano, inyectando aire muy húmedo con vientos fuertes de levante.
Ello sucede en una ventana estrecha del calendario, un período muy concreto en que se producen casi sin excepción los temporales que provocan grandes avenidas en los ríos de la provincia de València: de finales de septiembre a mediados de noviembre. Los mayores episodios de la Historia reciente no se escapan de estas fechas: 14 de noviembre de 1805, 4 de noviembre de 1864, 31 de octubre de 1923 (todos ellos centrados en el Júcar), 14 de octubre de 1957 (gran riada del Turia), 20 de octubre de 1982 (la tristemente recordada pantanà de Tous), 4 de noviembre de 1987 también en el Júcar, y ahora este fatídico 29 de octubre de 2024 centrado en la Rambla del Poyo.
Es importante remarcar que estos grandes temporales no se producen cuando el mar está más caliente. Las temperaturas extremas de la superficie marina en el Mediterráneo próximo están alcanzando en agosto los 290,C y en septiembre pueden rondar los 27. Estas altísimas temperaturas propician que, si hay inestabilidad, las lluvias descarguen sobre el mar o cerca de la costa, y pueden causar daños locales, pero penetran poco hacia el interior. Pero los temporales más dañinos son aquellos en que las lluvias se concentran decenas de kilómetros tierra adentro, y son canalizadas con violencia por los barrancos, ramblas y ríos. Esto sucede en el centro del otoño, cuando el mar conserva una parte importante del calor acumulado pero esta menor energía favorece que los núcleos de lluvia intensa no descarguen de inmediato y penetren hacia el interior, guiados por los vientos de componente este. En esta ocasión, el mar estaba en torno a los 21,50,. Con todo, parece que su temperatura ha sido algo superior a la registrada en temporales de décadas pasadas.
El esquema de estos episodios extremos es, pues, muy parecido. Lo que difiere es dónde se sitúan las mayores lluvias: si lo hacen unas decenas de kilómetros más al norte o más al sur en el interior de la provincia de València. Si lo hacen en el sur, afectarán al Júcar, cuya cuenca ocupa el sur y el centro de la provincia; si afectan al norte, hasta la sierra Calderona, se centrarán en el Turia. Pero el pasado martes 29 de octubre se han centrado en la Rambla del Poyo, situada entre los dos grandes ríos, con una cuenca de apenas 479 km2, pero que ha acumulado tanta lluvia que este modesto barranco llevó por unas horas un caudal superior al de los grandes ríos europeos.
La situación se inició en la Ribera Alta del Xúquer. Cerca de la apertura entre las montañas de Alzira y el Montdúber se formaron tormentas que a primera hora de la mañana descargaron lluvias superiores a 200 litros por metro cuadrado en lugares como Castelló de la Ribera. Fue el inicio. A partir de ahí, se formó lo que se conoce como Sistema Convectivo de Mesoescala, una estructura organizada de tormentas con forma de V estrecha y que se extendía a lo largo de la cuenca del río Magro, afluente del Júcar que fluye desde más allá de Utiel hasta Algemesí. A lo largo de este sistema, las tormentas se sucedían en “trenes convectivos” que descargaban de forma reiterada sobre los mismos lugares, propiciando cantidades muy grandes de lluvia. Este sistema convectivo se fue desplazando muy lentamente hacia el norte; y así, tras afectar al río Magro se centró en la rambla del Poyo y finalmente, ya entrada la tarde, al Turia y sus afluentes.
A lo largo del día se produjo también algo insólito: una serie de tornados, en torno a diez. No de una dimensión enorme, pero importantes. Dejaron su traza en el terreno, derribaron torres eléctricas, tumbaron camiones… Las filmaciones estremecen.
Las cantidades de lluvia totalizadas en pocas horas fueron espectaculares, superando en muchos casos los registros más altos de que había constancia. En torno a 300 l/m2 en Requena-Utiel (río Magro) al inicio del episodio, 411 en Pedralba (río Turia) al final. Pero en medio alcanzó sus máximos valores en la cuenca de la Rambla del Poyo: más de 500 l/m2 en Chiva, y hasta cerca de 800 en puntos del término de Torís. Estas últimas cantidades se aproximan a las máximas lluvias medidas en un día en España, y que por cierto también fueron en territorio valenciano: en torno a 900 l/m2 en la Muela de Cortes el 20 de octubre de 1982, y los más de 800 recogidos en Gandia y Oliva el 3 de noviembre de 1987. En la estación de Aemet en Torís se han medido en esta ocasión 185 l/m2 en una hora, la mayor cantidad medida nunca en ese período en España.
Estas cifras tan enormes de lluvia ayudan a explicar el desastre que vino a continuación. Dispararon los caudales de los barrancos, ramblas y ríos de la zona. En primer lugar, el río Magro, que según la Confederación Hidrográfica llegó a poner en riesgo el embalse de Forata, e inundó la ciudad de Algemesí como hecho más destacado, aunque afectando a otras poblaciones como Llombai y Catadau.
En el Turia, la lluvia afectó de forma importante a Sot de Chera y al embalse del Buseo, que resultó muy dañado. Pero también a poblaciones en los márgenes del río, como Gestalgar, Bugarra y Pedralba. El cauce nuevo por el sur de la ciudad de València, construido tras la riada de 1957, tuvo su verdadero estreno; llegaron a circular por él hasta 2.000 m3/s, una cantidad diez veces superior a la mayor que había llevado desde que se inauguró en 1980; lo canalizó bien y salvó a la ciudad de problemas que podrían haber sido serios, aunque parece que el murete junto a la autopista lateral V-30 empeoró las inundaciones en poblaciones como La Torre, Sedaví y otras, al no poder desaguar lo que llegaba de la rambla del Poyo.
Siendo importante todo lo anterior, el desastre se produjo en la rambla del Poyo. El medidor de caudal cerca de Cheste llegó a medir 2.285 m3/s antes de que la riada lo averiase; la Confederación Hidrográfica ha hecho el cálculo de que tras la avería pudo llegar a 3.500 m3/s. Pero aguas abajo de dicho punto se incorporan los barrancos procedentes de Godelleta y de Torís, donde como hemos visto fue donde llovieron hasta más de 700 l/m2. Por tanto, ¿cuánta agua llegó a circular en el momento máximo de la avenida al entrar la rambla en l’Horta Sud? ¿5.000, 6.000 m3/s?. Esa enormidad de caudal, que supera en bastante el que se calcula en la riada de València de 1957, circuló por un cauce calculado como máximo para caudales de 1.800 m3/s, y que en algunos puntos tiene una capacidad inferior a 1.000. El barranc de la Saleta, por su parte, anegó Aldaia y el gran centro comercial de Bonaire, e inundó las pistas del aeropuerto.
El resultado fue que la rambla se desbordó completamente a partir de Picanya, y que en Paiporta la avenida se abrió en abanico anegando como una ola casi todas las poblaciones de l’Horta Sud, antes de desaguar en la Albufera. Pero el terreno, que hace unas décadas eran mayormente huertas rodeando pequeños pueblos, son ahora ciudades unidas las unas a las otras, ocupando la mayor parte del espacio de la comarca entre viviendas, instalaciones sociales y polígonos industriales y comerciales que interfieren el curso del agua desbordada.
Todo ello ha dado lugar a una multiplicación de los efectos: a unas lluvias sin precedentes en esta cuenta, al menos desde hace 249 años, se ha unido un incremento enorme de la vulnerabilidad de la comarca debido a esa ocupación masiva de espacios que el agua reclama de tanto en cuanto. Hasta ahora los ha reclamado muy de tarde en tarde (los desbordamientos del barranco en octubre de 1957, o en octubre del año 2000, fueron muy inferiores a éste), y ello había hecho olvidar lo que geógrafos e hidrólogos sabían: que tarde o temprano la rambla del Poyo podía ocupar de forma violenta estos terrenos. Dicha probabilidad parece que está aumentando con el calentamiento global, que ha propiciado que el volumen de precipitación haya sido mayor que lo que habría sido en época preindustrial.
Si no aprendemos la lección, estaremos condenados a repetirla. O nos tomamos muy en serio la ordenación del territorio teniendo en cuenta estos fenómenos extremos, o una catástrofe como la que hemos sufrido podrá repetirse, aquí o en otro lugar. No podremos evitar otra Dana catastrófica en cualquier otoño del futuro. Pero, si actuamos enérgicamente en la prevención de sus efectos (tanto en la ordenación del territorio como en alertar a la población adecuadamente y con toda urgencia) la próxima vez los daños humanos y materiales serán mucho menores.