Francesc Joan Santonja
(PHLL) Healthious People Living Lab
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental? Durante las tres jornadas del Ciclo sobre Salud Mental, convocado por las Cátedras QUAES – Universitat Politècnica de Valencia (UPV), y FISABIO – Universitat de València (UV), le hemos dado muchas vueltas a la pregunta y, seguramente, lo que nos ha quedado muy claro es la complejidad de su naturaleza.
La diversidad de enfoques -incluso la disparidad de marcos de referencia- de las exposiciones abría la puerta a dejar sin respuesta algunas de las cuestiones, que nos parecen fundamentales en el proceso de construcción y reconstrucción de la propia salud mental y la de la comunidad en la que vivimos, tal como nos invitó y enseñó a hacer el neurólogo Oliver Sacks.
En la primera jornada adivinamos lo que el profesor Guillermo Lahera, psiquiatra y editor jefe de The European Journal of Psychiatry escribió: “la pugna tribal por antonomasia, aun cansinamente presente en Twitter y algunos foros, es la de los denominados “biologicistas” frente a aquellos que defienden que la enfermedad mental es de naturaleza puramente social. Una pugna latente a lo largo del ciclo.
Pero como en la gestión de la complejidad tenemos que ser perseverantes, meticulosos y pacientes, admitimos, a partir de algunas de las observaciones hechas en la tercera jornada que el transcurrir de la salud mental no se da una dicotomía gen-ambiente, es una interacción dinámica. La genética modula la sensibilidad o la probabilidad de exposición al factor de riesgo, de la misma forma que el factor ambiental produce cambios epigenéticos objetivables, como afirmó la doctora Olga Valverde.
“Sabemos que los trastornos mentales graves tienen una alta heredabilidad y una naturaleza poligénica, pero que esta predisposición interacciona de manera dinámica y compleja con muchos factores ambientales, decisivos para que alguien desarrolle, o no, el cuadro clínico”, afirma el profesor Lahera.
Volvamos al relato de los hechos.
En la primera jornada de este ciclo, hablamos sobre los orígenes de los trastornos mentales, el profesor Julio Sanjuán concluyó sus aportaciones afirmando: “La peor epidemia que estamos sufriendo se llama soledad”.
Parafraseando al Doctor Sanjuán en la tercera sesión formulamos esta pregunta: ¿Acaso no es el odio la peor pandemia que estamos sufriendo en estos momentos? ¿Tendríamos que conseguir una implicación inteligente y creativa de familias, educadores, colectivos socioculturales, entidades públicas y privadas, asociaciones deportivas, partidos políticos, administraciones, y los medios de comunicación para construir un nuevo modelo de sociedad, en el que, en lugar de promover la competitividad y el rechazo del otro, abundemos en el respeto a la dignidad de las personas y en la cooperación?
En cualquier caso, tanto el sentimiento de soledad como el de odio son factores medioambientales que estimulan una epigenética en la comunidad, que afecta a la salud mental individual y a la calidad de vida colectiva. Enrique Echeburúa, catedrático emérito de Psicología Clínica en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), en un texto titulado “Odiar es malo para la salud” nos invita a prevenir el odio por cuanto supone potenciar la estabilidad emocional, la empatía, el perdón y la capacidad de admiración por los logros de los demás.