El conocimiento de las relaciones de consanguineidad prehistóricas

10 febrero, 2023

Celdrán Beltrán, E., Lull, V., Micó, R., Oliart, C., Rihuete Herrada, C. y Valério, M. (Grup de Recerca en Arqueoecologia Social Mediterrània / ASOME-UAB)

Las sociedades humanas muestran una impresionante variedad organizativa. Tanta, que ninguna puede explicarse aludiendo a una supuesta naturaleza humana ni a un hipotético sentido común. Ello no supone abandonarnos al relativismo ni claudicar ante la imposibilidad de conocer, sino que estimula nuevas líneas de razonamiento e investigación. Si este reto es mayúsculo cuando se trata de entender la diversidad actual, imagínese la dificultad de afrontarlo para sociedades que desaparecieron hace miles de años. Este es el desafío que asume la Arqueología prehistórica.

Todas las sociedades producen cosas (alimentos, edificios, útiles, ideas) y personas. En los últimos milenios, la humanidad se ha aplicado a ello con tanta intensidad que actualmente amenaza con desbordar la capacidad del planeta. La producción de sujetos incluye la reproducción biológica y la socialización, y es básica para comprender la historia humana. El cuerpo de las mujeres es, al menos hasta el momento, el medio indispensable en la gestación y el parto. Ahora bien, las subsiguientes crianza y educación involucran no solo a las madres, sino a muchas otras personas: ¿quiénes alimentarán, cuidarán y formarán a las criaturas?, ¿dónde tendrá lugar todo ello?, ¿con qué medios? y, finalmente, ¿qué lugar social y en sentido literal, geográfico, ocuparán los nuevos individuos?

Seleccionar quiénes se ocuparán de producir sujetos sociales obedece a criterios diversos: algunas de las personas implicadas pueden tener vínculos consanguíneos, mientras que otras, no; algunas se dedicarán con ahínco y otras de forma laxa y ocasional; además, podrán o no compaginar su labor con otras actividades económicas y políticas. Dichos criterios suelen tomar la forma de normas de «parentesco». No es fácil definir este concepto. Retengamos aquí que se halla en una compleja encrucijada entre relación biológica y alianza política. Uno de estos dos componentes, el biológico, comienza a estar a nuestro alcance gracias a la colaboración entre arqueología y arqueogenética.

Una de las investigaciones más amplias sobre normas de parentesco prehistóricas ha tenido como protagonista el yacimiento de La Almoloya (Pliego, Murcia). Los trabajos desarrollados desde 2013 por el Grupo de Investigación en Arqueoecología Social Mediterránea de la Universidad Autónoma de Barcelona (ASOME-UAB) han desvelado un asentamiento datado hace unos 4000 años, en los inicios de la Edad del Bronce, perteneciente a la llamada sociedad de El Argar, una de las primeras civilizaciones de Europa. Además de una compleja trama urbana, los descubrimientos incluyen más de un centenar de tumbas, individuales o dobles, situadas bajo el suelo de los edificios y datadas entre los años 2000 y 1550 antes de nuestra era. El estudio osteológico ha identificado decenas de mujeres, hombres y criaturas, acompañados por ofrendas de diversa calidad y cantidad, como corresponde a una sociedad con agudas disimetrías económicas y políticas.

La colaboración con el Instituto Max Planck de Antropología evolutiva (Alemania) ha permitido recuperar material genético mitocondrial y nuclear (en este caso, polimorfismos de nucleótido único) de 68 individuos enterrados en La Almoloya. Ningún otro yacimiento prehistórico cuenta con tantos resultados, un logro analítico aun mayor porque las altas temperaturas de los ecosistemas mediterráneos dificultan sobremanera la recuperación de ADN antiguo. El análisis estadístico de los datos genéticos ha revelado 13 relaciones biológicas de primer grado (madre/padre-hijo/hija; hermana-hermano de mismos progenitores) y 10 de segundo (medio hermanas-hermanos; abuelo/abuela-nieto/nieta; tío/tía-sobrino/sobrina; primos-primas carnales). La contextualización de estos resultados según el sexo y la edad de cada individuo y su localización en sepulturas concretas ha permitido extraer conclusiones de orden social.

Una de las más interesantes se deriva de que ninguna mujer adulta presenta lazos consanguíneos de primer o segundo grado con otra mujer adulta. Los únicos vínculos entre individuos femeninos se dan entre madres e hijas, cuando estas fallecieron siendo niñas. De ello se infiere que las mujeres nacidas en La Almoloya abandonaban el asentamiento probablemente en su adolescencia o juventud, mientras que mujeres nacidas en otros lugares se establecían aquí a esa edad. La antropología suele usar la expresión «exogamia femenina» cuando las mujeres dejan el lugar donde crecieron para residir en el de su pareja. En este sentido, hemos constatado que, efectivamente, algunas de estas mujeres tuvieron descendencia con hombres nacidos en La Almoloya y que ambos fueron enterrados en la misma tumba. Sin embargo, el cambio de residencia entre la población femenina no tuvo por qué obedecer exclusivamente a propósitos matrimoniales, sino que caben otras razones políticas y laborales para explicar la movilidad generalizada de las mujeres.

La situación entre los hombres es distinta, ya que se han documentado algunas secuencias consanguíneas de primer grado a lo largo de varias generaciones (padre e hijo adulto, a su vez padre de otro hijo adulto, etc.). La antropología usa «patrilocalidad» o «virilocalidad» para designar esta clase de continuidad residencial masculina. Ahora bien, conviene tener presente que no hemos identificado hermanos adultos, que una parte importante de los hombres carecía de vínculos genéticos con otros individuos y que, además, el número de varones inhumados es muy inferior al de mujeres. Así pues, parece que la patrilocalidad no regía para todos los hombres nacidos en La Almoloya, sino que una parte de estos se trasladó a otros lugares (lo mismo que las mujeres), mientras que algunos llegaron por diversos motivos y acabaron recibiendo sepultura aquí.

Otra diferencia entre los sexos reside en que todos los medio hermanos identificados, niñas o niños, lo fueron por parte de padre (mismo padre, distintas madres). Ello es compatible con prácticas de poligamia o de monogamia en serie, hipótesis alternativas que futuras investigaciones habrán de contrastar.

En resumen, el estudio ha mostrado que ciertas pautas de residencia tenían muy en cuenta el sexo y la proximidad biológica estrecha (parentesco de primer grado) entre individuos. Sin embargo, para entender las relaciones sociales en su conjunto es necesario incluir las complejas relaciones de poder y desigualdad a escala territorial.

Esta investigación, recientemente publicada[1], pone de manifiesto el potencial de la arqueología y de la genética para conocer aspectos inéditos de las sociedades del pasado más remoto.

[1] https://doi.org/10.1038/s41598-022-25975-9

El conocimiento de las relaciones de consanguineidad prehistóricas - Fundación Quaes

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