Dr. José Mª Martín-Moreno
Catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública
Departamento de Salud Pública e INCLIVA, Universidad de Valencia
El SARS-CoV-2 ha producido hasta ahora más de 6 millones de muertes y 500 millones de casos identificados en el mundo. Y se sabe que eso es una infraestimación, por lo que la carga global de este problema de salud ha sido y sigue siendo enorme.
En España, las cifras oficiales de mortalidad arrojan una cifra de alrededor de 105.000 fallecidos, y los casos confirmados por esta causa llegan a los 12 millones.
Las cifras son escalofriantes, y el agotamiento social es evidente, así que el aparente descenso de la incidencia acumulada y de las tasas de hospitalización y ocupación de unidades de cuidados intensivos han hecho que se decida que… ya está bien de pandemia, y que hay que pasar página. Y, además, el error ha sido repetido, porque a lo largo de estos dos años ha habido proclamas triunfalistas de vuelta a la normalidad seguidas de duras medidas restrictivas de movilidad y actividad social. Lo que ocurre es que ahora, junto al aparente descenso en los indicadores epidemiológicos tenemos la relativa confianza que genera una relativamente alta cobertura vacunal en nuestro país. Pero es que esto no ha ocurrido sólo en España, sino en países como Dinamarca y Reino Unido, que han pasado de un extremo a otro sin fundamento claro. En nuestro caso hemos dejado prácticamente de hacer test, de guardar cuarentenas, de mantener al día las notificaciones y las estadísticas… y hemos eliminado medidas de protección como la mascarilla en interiores, que llevábamos usando dos años.
Esta evolución se ha asociado al concepto que se ha etiquetado con un neologismo: “gripalizar” la COVID, con un enfoque de “vigilancia centinela”, dejando de hacer testeos masivos y, en su lugar, controlando a grupos más pequeños que sirvan como muestra de lo que está ocurriendo en el resto de la sociedad. Esto podría llegar a tener sentido si la evolución de la COVID estuviese más estabilizada en cifras bajas y mantenidas compatibles con el patrón de enfermedad endémica. Pero esa no es la realidad, dado que se había fijado como seguir y estimar con rigor la incidencia acumulada en los últimos 14 días, y uno de los criterios principales para la relajación de medidas la caída por debajo de 25 casos por cien mil personas.
Por lo anteriormente expuesto, desde mi punto de vista no parece tener mucho sentido “gripalizar” la COVID por mera decisión gubernamental sin mayor fundamento científico y de salud pública. De hecho, ha habido especialistas que abogan justamente por lo contrario: “covidizar” la gripe y enfermedades respiratorias transmitidas por aerosoles. Según esto, todo positivo en COVID u otra entidad nosológica con mecanismo de contagio aéreo, debería mantener adecuado aislamiento y los contactos una cuarentena básica, juntamente con el uso de mascarilla en espacios muy cerrados y poco ventilados que sean compartidos y con aglomeraciones lo que se pude dar en el transporte público, en centros sanitarios, y… en ciertos espacios de trabajo. En ese sentido se habla de que debería favorecerse en la medida de lo posible el teletrabajo, aunque no sea de forma permanente. Al menos, en los periodos de infección. La idea es que, si una persona padece una infección se le pueda decir: “Lo más probable es que sea leve, pero por ahora quédate en casa”. Junto con lo anterior, sería deseable invertir en mejorar la calidad de aire en interiores de centros públicos y privados, incluyendo filtración de aire (HEPA o alternativa). Se piensa que, si todo lo anterior se hiciera así, probablemente se reduciría la incidencia de todas las infecciones respiratorias (no sólo COVID).
Y volviendo a la pandemia, aunque vayamos doblegando las curvas, el coronavirus SARS-Cov-2 no ha desaparecido, y sigue activo y produciendo sufrimiento nos pongamos como nos pongamos. De hecho, está haciendo estragos en países que nunca contuvieron el virus y está resurgiendo en muchos de los que sí lo hicieron. Las subidas récord de COVID-19 en Hong Kong y Nueva Zelanda también hacen improbable un cambio inminente. Y es que la tasa de mortalidad en Hong Kong es hoy más alta que en Perú en 2020. Además, el espectáculo de confinamiento durante más de un mes en Shangai ha demostrado que la estrategia de Covid-Cero ha resultado un fracaso. El coronavirus está demasiado extendido y es demasiado transmisible. Las variantes sucesivas no están generando un virus más letal, pero sí cada vez más contagioso. Así las cosas, el escenario más probable es el de que la pandemia termine en algún momento -porque un número suficiente de personas se haya infectado o vacunado- pero el virus siga circulando en niveles más bajos y con menor gravedad por todo el mundo. Los brotes aparecerán aquí y allá, antes de que la vacuna realmente llegue a todas las poblaciones en cobertura suficiente. E incluso cuando llegue tan esperado momento, es probable que sólo suprima, pero no erradique completamente el virus (de hecho, hay que poner el tema en contexto siendo conscientes de que existen vacunas para más de una docena de virus humanos, pero sólo uno, la viruela, ha sido erradicado del planeta, y eso necesitó de 15 años de extraordinaria coordinación mundial). Probablemente viviremos con este virus el resto de nuestras vidas y en ese sentido el virus será endémico y en ese camino estamos. Pero, como nos recuerda la OMS, todavía estamos muy en el medio de esta pandemia. No podemos terminar con la pandemia y que el virus se convierta en “endémico” en un país, mientras el resto del mundo lidia con la pandemia. O salimos de ésta todos, o será casi imposible que tengamos salida efectiva. Y deberíamos apostar por lo que medidas que hemos venido defendiendo como Estrategia Vacunas-Plus, que además de basarse en tomar medidas urgentes para lograr la vacunación mundial, se basa en reconocer y declarar “inequívocamente” al SARS-CoV-2 un patógeno aéreo, promover el uso de mascarillas de calidad (FFP2 y similares) en interiores; recomendar la ventilación y el filtrado del aire; fijar criterios coherentes para introducir o relajar restricciones según los niveles de transmisión comunitaria, y complementariamente reforzar nuestro sistema sanitario (no sé si la palabra más adecuada es reforzar o sería “rescatar”), y sobre todo los servicios de salud pública y la atención primaria.
Parafraseando al Director General de la Organización Mundial de la Salud que ha afirmado que este nuevo coronavirus no va a desaparecer sólo porque los países dejen de buscarlo. Todavía está extendiéndose, todavía está cambiando y todavía está matando. Cuando se trata de un virus mortal, ignorarlo NO nos hará más felices…
Ahora se está debatiendo, con razón, la modificación de esas normas, un tratado más vinculante sobre la pandemia y nuevos mecanismos de financiación para situar los brotes de la enfermedad como amenazas económicas y de seguridad y hacer que otras instituciones participen en la respuesta, invirtiendo más en salud pública. Creo que eso sí son propuestas desde la esperanza y que nos pueden ayudar a salir de esta pesadilla pandémica.
José María Martín Moreno: Catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública
Departamento de Salud Pública e INCLIVA, Universidad de Valencia. Doctor en Medicina por la Universidad de Granada & Doctor en Epidemiología y Salud Pública por la Universidad de Harvard, ha sido Director de la Escuela Nacional de Sanidad, del Centro Nacional de Epidemiología, Director General de Salud Pública del Gobierno de España y Director de Programas para Europa de la Organización Mundial de la Salud, de la que sigue siendo Asesor Senior.